jueves, 22 de abril de 2010

El bautismo por el Espíritu Santo y la posesión Diabólica: un psicoanálisis posible y bifocal

“Non est diabolus… dice el necio en su corazón, pero bástate saber que no existe nada más horrible que tu mismo para yo que exista”
Rafael Angel Herra




El bautismo por el espíritu santo es una señal de pertenencia, de pertenencia paterna, es una marca sobre el espíritu en tanto y cuanto ya podemos ver que existe una marca inconsciente: el nombre del padre y una marca física: la masculinidad dada por el genitor y el asomo de un complejo de castración, como dice 1 Corintios 12:13: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Es decir que el bautismo por el Espíritu Santo es una señal de la salvación, no se es verdaderamente salvo hasta que no se es bautizado por el espíritu. Es llamativa la connotación sexual que tiene la expresión en un solo cuerpo, pues la biblia suele usar esta frase para referirse a las relaciones sexuales: ser una sola carne… Si leemos la obra Totem y Tabú de Freud nos daremos cuenta de la forma en la que los símbolos cristianos son una forma de representar aquellas características del padre asesinado y reverenciado, así que la unión sexual adquiere varias características; por un lado la prohibición incestuosa, ahora permitida; y por otro lado la reconciliación, una forma de decir: me perdonas al punto de que me puedo unir a ti.
Esta es un característica de la posesión, en tanto implica una comunicación, a través de la posesión de un cuerpo (ver mi post sobre imagen de cuerpo) y la forma de sellar esta experiencia. El cuerpo se convierte en el sostén de un goce, donde el sufrimiento de la convulsión, de las marcas, de la sangre, implica el sustentar la batalla del goce. Es curioso ver a un pastor protestante que ante las manifestaciones de la posesión, es quien designa si se trata del Espíritu Santo o de un demonio. Si pensamos en las manifestaciones como hablar en otra lengua, cambiar la voz, o tener espasmos podemos ver que la forma en la que se presentan las dos posesiones es la misma. El hecho de que un pastor sea quien indique de que se trata nos habla de una representación del padre. Es decir, que la figura del padre, teñida de todos los tintes edípicos se convierte en Dios, cuando es posible de idealizar, o en Diablo, cuando es necesario que encarne las partes malas. En mis experiencias en ceremonias religiosas protestantes he sido testigo de varías posesiones por el Espíritu Santo, algunas escalofriantes, otras impresionantes, y otras productoras de una risa incontenible, mezcla de ansiedad y vergüenza ajena por una simulación netamente histérica. Porque algunos sostienen que quienes nunca han sido “bautizados por el Espíritu” no tienen el sello a la salvación, y siendo su marca registrada el hablar en lenguas son muchas las personas que se sienten frustradas por no hacerlo. Y quien escuche a estas personas se dará cuenta que con ligeras variaciones siempre dicen lo mismo. Sin embargo en las iglesias se suele considerar que estas personas son “más espirituales”, es decir están en mayor contacto con el padre.
El nombre insondable pero siempre presente del padre se manifiesta de varias maneras: en su forma exaltada es Dios; en su forma degradada es el diablo: la estrella de la mañana que estaba junto al padre y quería ser como él. A veces puede ser uno mismo, una especie de diablo en espejo que señala nuestra desobediencia, si no, véase como en los exorcismos hay temor de los objetos eclesiásticos y durante el ritual una constante burla al oficiante y a dios. La mejor prueba fue como después del estreno de la película “El Exorcista”, basada en el libro homónimo de William Peter Blatty, los casos de “posesiones” se dispararon exponencialmente. Recordemos que en última instancia el síntoma es el campo de juegos del deseo, más bien, el sitio de una semi-realización. Desde Freud comenzó el descenso de la sintomatología histérica de los desmayos y las paralizaciones, los tiempos de la impresionante Anna O` se han ido, pero la histeria, quizá, puede y sabe muy bien encontrar nuevas sintomatologías en el universo de las posesiones por el bien y por el mal, lados antiguos de un mismo deseo. Me refiero acá de esa histeria de Lacán convertida en un modelo de la satisfacción sustitutiva del deseo humano, siempre imposible de colmar.
Todas esas impresionantes películas cuyo tema es el exorcismo o contienen uno: "El Exorcista", “El Exorcismo de Emily Rose”, “Constantine”, etc. Presentan en última instancia la figura del Edipo; como el Edipo materno del Exorcista o la hiperbolización del padre ausente. Es claramente visible como se da la ambivalencia, la visión de dios y del diablo recuperan relaciones preverbales con los padres, la actitud ambivalente del niño hacia el padre se convierte en Fe en el adulto, como en Emily Rose, tal y como dice una “Doctora” que asiste al juicio: “Emily me comentó que había conocido un chico en un baile, me pidió que no se lo contara a sus padres, pues su mamá no aprobaba el baile…” Acá el demonio es la expresión de la disyuntiva del padre que amo contra el padre que odio, dios contra el diablo (me refiero al nombre del padre no al genitor). El demonio que posee es como en el vaivén sintomático de la conversión histérica, es la irrupción violenta del Real traumático (la Cosa) que viene de un afuera amenazante y del interior deseoso también pero amenazante al fin. Como diría Winnicot Dios no es más que “una representación de un objeto transicional altamente personalizada” . El demonio son deseos reprimidos y rechazados que vuelven en busca de la satisfacción sustitutiva del síntoma.
Chomsky decía que existían trazas verbales comunes a la humanidad, Jung hablaba de un inconsciente colectivo, no podría ser la religiosidad una forma no verbal de comunicación determinada genéticamente. Según las investigaciones en el sentimiento religioso de una persona 25 % es hereditario y 75 % es ambiental. Clínicamente hablando diríamos que la religiosidad intensa suele estar asociada al autoritarismo.
En 1922 del Dr. Payer-Thurn, director del Archivo Imperial de Viena, descubrió un manuscrito titulado “Trophaeum Mariano-Cellense, donde se habla la posesión y exorcismo del pintor Cristóbal Haitzmann (Haizmann en algunas ediciones) a finales del siglo XVII.
Pr motivos que no vienen al caso, el manuscrito llega hasta Sigmund Freud, quien en 1923 publica “Una Neurósis Demoniaca en el siglo XVII”, llama la atención que Freud no le llame neurosis de transferencia o neurosisi narcisística, sino que le abre un espacio al demonio, que es la posesión mística por un padre muerto.
El padre de Haitzmann muere y esto lo lleva a una profunda melancolía que aunada al fracaso en lo económico hace necesario un pacto que venga a restituir al padre en la forma de un diablo, el padre nutricio diría Freud, el cual primero es un caballero para luego convertirse en un demonio alado con senos femeninos y un pene. Nos encontramos acá con la encarnación de la madre, que salva, en última instancia es la virgen María la que logra que el demonio devuelva el pacto al que se había comprometido y el cual explicitaba que sería su hijo carnal por 9 años. Una traducción posible de este símbolo es parir un hijo al final de 9 meses. Apoyado en este deseo materno lo que se busca es restituir la función paterna, demonio que en un momento es un caballero que puede salvar de la miseria y esta miseria no es otra, aparte de lo económico donde se funda el temor a no perder, que la perdida imposible del melancólico. El padre es odiado en tanto deseado por la madre, lo que cierra la fantasía narcisista de dar un hijo al padre (Diablo hermafrodita – 9 años – Madre – 9 Meses).
Lo que se evita en este caso es la castración, es un no corte, porque el retrotraer al padre imposibilita la pérdida.
En ese sitio donde se une el recuerdo del padre infantil con la huella mnémica del padre primordial es donde nace Dios. En el momento en que se da el parricidio es el momento en el que el sujeto se liga con la Ley, el padre simbólico es esa ley y es el padre muerto.
Como lo demuestra la experiencia clínica el padre muerto es un ser muy poderoso. Hablo aquí de la obediencia a posteriori, término maravilloso de Freud que nos habla de un ser incapaz de realizar aquello que el padre quería que hiciera, donde su fracaso encarna rebelión y desobediencia, en el neurótico implica también castigo. En el psicoanálisis el paciente tira los demonios de la palabra encima de la escucha de un terapeuta, la transferencia es su límite.
Introducción