sábado, 27 de diciembre de 2008

Puertas que se abren: un vistazo al sexo

La pregunta hacia el sexo: ¿homosexual, bisexual, travesti o qué?
Los conceptos nosológicos de moda (homosexualismo, travestismo, transexualismo nos han dado un posición cómoda a los profesionales en salud mental (sea lo que esto sea), porque no exige una respuesta y se basta a sí misma como postura heurística y ontológica. (Madrigal y Gallo, 2000).

Hablemos de los criterios de normalidad, si pensamos estadísticamente, encontramos que aproximadamente el 50 % de las parejas sostiene relaciones sexuales coitales, así que aquellas parejas que no tengan relaciones coitales o no tengan relaciones por algún motivo caen dentro de la “anormalidad; si pensamos en el aspecto filogenético, será “anormal” toda conducta que no sea común a los mamíferos. (Madrigal y Gallo, 2000).

Por otra parte tenemos los preceptos morales en la sociedad occidental, estos dependen del código judeocristiano de valores éticos y los cuerpos legales construidos sobre este, este código implica las conductas sexuales que buscan la supervivencia de la tribu, por lo que tiene un carácter situacional e histórico. Es decir que lo “anormal” y lo “normal” dependen de la geografía. Por lo que para decir si su conducta sexual es lo uno o lo otro, hay que averiguar primero donde vive usted o donde lo dejó el avión. (Madrigal y Gallo, 2000).

Es claro que los géneros son históricos. Los sujetos somos emergentes sociales, producidos y determinados, pero también productores y protagonistas de la realidad social. (Lagarde, 1997).

No se puede dar un veredicto respecto a la preponderancia de los factores biológicos o de los factores psicológicos. Podríamos expresar lo anterior gráficamente: para tener determinada orientación sexual es necesario que converjan varios factores, si yo deseo robar un billete que está sobre la mesa, pero estoy en una cama sin poderme mover, me es imposible llegar hasta el billete; por otra parte, puede ser que yo tenga la movilidad necesaria, pero mis patrones de crianza indican que no está bien robar, por lo que por esta vez el billete salvará el pellejo. (Madrigal y Gallo, 2000)

Morgenthaler, siguiendo una metodología etnopsicoanalítica, afirma que existe una dictadura de la sexualidad, y hace la diferencia entre lo sexual y la sexualidad, siendo la primera el cúmulo de deseos y necesidad pulsionales y la segunda las exigencias impuestas por el Otro, sobre la forma de vivir lo sexual. Recordando antiguas anécdotas, seria algo así como un malestar en la cintura. (Morgenthaler, 1988).

Sirva de ejemplo la homosexualidad, según el estudio Kinsey sobre sexualidad, el 37 % de los sujetos entrevistados había tenido al menos una relación sexual con alguien de su mismo sexo, la cual había llevado a la eyaculación, sin que por ello los sujetos mantuvieran practicas homosexuales a lo largo de su vida. Un 13 % había sentido alguna atracción por otro hombre sin expresarlo abiertamente. (Kinsey, 1975, citado por Goltwald y Holtz, 1983).

Tradicionalmente, la gente se ha preguntado por la causa de la homosexualidad, no así por el de la heterosexualidad, por que la primera es considerada un problema; por ejemplo, es conocido como el cristianismo, especialmente la iglesia católica, ha enfilado sus armas hacia el homosexualismo. Curiosamente, el término “Homosexual” fue acuñado por Krafft-Ebing a finales del siglo XIX, por lo que su aparición en un libro tan antiguo como La Biblia, es una descarada manipulación. (Madrigal y Gallo, 2000).

Es importante mencionar que no existe evidencia de una estructura neurótica generalizada, ni de diferencias de la personalidad, entre homosexuales y heterosexuales, según un estudio de Hammersmith y Weinberg, realizado en 1973, y citado por Goltwald y Holtz, en 1983; el desajuste psíquico de los homosexuales de diferentes países está relacionado con la aceptación o rechazo de la propia homosexualidad, y que es este factor y no otro, el que se relaciona una posible psicopatología.

Pero son tantas y tan diferentes las formas en la que un sujeto llega a ser homosexual, que, obviamente, no se puede hablar de la homosexualidad como de una categoría nosológica, además existen formas de deseos homosexuales que no son expresados abiertamente. (López, 1981).

Y quizá lo más importante, el vínculo amoroso entre dos sujetos del mismo sexo, no se diferencia ni en profundidad, ni en intensidad, con el de las parejas heterosexuales, es la sociedad la que se empeña en limitar las posibilidades mediante los mensajes negativos. (Giraldo, 1988).

Tenemos también la bisexualidad, que implica la atracción erótica hacia hombres o mujeres, generalmente muchos sujetos consideran a la bisexualidad como una falta de definición, pero las investigaciones demuestran que se trata de una opción sexual tan válida y real como cualquier otra. (Madrigal y Gallo, 2000).

Según López, “La dificultad de aceptar el bisexualismo se debe en parte a la proyección humana que dificulta concebir otras preferencias que no sean parecidas a las propias, sin repugnancias o aversiones similares y , por otro lado, a la dicotomía rígidamente dismórfica de los papeles masculino y femenino, reforzada hasta hace poco en la cultura occidental”. (López, 1981, pág. 73).

Respecto al transexualismo, tenemos a un sujeto que vive una identificación sexual cruzada con su sexo anatómico. Aloja una convicción y un sentimiento íntimo de pertenecer a un sexo, sea femenino o masculino, y de estar atrapado en un cuerpo que pertenece al opuesto. (Madrigal y Gallo, 2000).

Sobre éste, la autora francesa Colette Chiland, afirma que está ubicado en la imagen corporal y no en la imagen psíquica y que cuando el transexual acude al médico es porque se siente enfermo pero no en su psiquismo, sino que desea que le devuelvan su verdadero cuerpo. Rescata así la postura de un conflicto colocado en la forma consciente o inconsciente de percibir al cuerpo y no en una “mente transexual”. (Chiland, 1999).

En cuanto al travestismo se refiere[1]. Podría decirse que son transexuales, pero nos topamos con la necesidad categórica de haber realizado una operación o al menos con el deseo de cambiar de cuerpo para ser consecuente con el sentimiento personal.

Respecto al travestismo, podemos decir que este pasa por la imagen y la puesta en escena, es un cuestionamiento masculino respecto al goce femenino. El “problema” es que accede a este mediante la imaginación y la visión del Otro, es decir, existe en tanto y cuanto alguien le reconoce en su mirada. (Schumacher y Pérez, 1994).

El travesti es y será tal, en tanto y cuanto, alguien le signifique, esta es la forma especular de vivir el sexo y la sexualidad. La aproximación que hace el hombre que se viste como mujer, encuentra su propósito cuando alguien le mira, si todos estuviéramos ciegos el travesti no existiría. El cuerpo nos dice que conocer es ver, una puesta en escena que nos dice que la vivencia de la carne se da a partir del reconocimiento exterior. Porque la identidad sexual, es al principio algo asignado por el Otro que mira, Otro que está representado por la omnipotencia del médico, el cual ante una conformación genital determinada, dice “es un niño”. (Schumacher y Pérez, 1994).

Parte de esto se logra mediante los “signos externos”, como la búsqueda de transformaciones físicas, por lo general, irreversibles, como el uso de hormonas, el uso de procesos quirúrgicos o la implantación de prótesis. En algunos casos se recurre al uso varios pares de medias pantis o espumas que ayudan a realzar el contorno del cuerpo y feminizarlo (ópticamente hablando).

Todo esto nos lleva a la problemática de la imagen de cuerpo, esta imagen es un mediador entre el Yo, el Ello y el Superyo, es una forma mimetizada de poner en juego los fantasmas inconscientes, una manera en la que estas formas de articular el deseo adquieren acceso a la realidad, esta imagen se revela en el discurso del sujeto, es decir, hasta que alcanzan el afuera, estos arcanos incognoscibles se vuelven patentes a la mirada del Otro. (Doltó, 1986).

En el travesti, el proceso de comunicación no verbal que significa su travestismo, se vuelve particularmente notable; un proceso que rescata la función simbólica que adquiere el vestido. La realidad del travesti es un conflicto y una pregunta siempre sin respuesta hacia lo Real. (Doltó, 1986).

Esto se debe a que el Esquema Corporal (características físicas desde el nacimiento, y comunes a todos los seres humanos), es diferente a la Imagen de Cuerpo, caso particularmente palpable en el travesti, ya que acá vemos el veredicto inapelable que lo cataloga como hombre en conflicto con una vivencia mental de ser mujer. Por lo que la adopción parcial o total, permanente o momentánea, de un rol no acorde con su sexo biológico, podría ser una posible salida al conflicto.
También se debe rescatar la forma en que la castración da paso al nacimiento de un sujeto deseante. Cuando se impone la prohibición nacida en la Ley, el sujeto está obligado a buscar identificaciones con otros sujetos marcados por la castración, u obligado a cristalizar el deseo en formas de compromiso. Esto coloca al travesti al filo de la Ley en tanto que Ley del Otro, pero la convierte en un sujeto deseante, cuando busca en la puesta en escena, en el reconocimiento especular, la realización pulsional. (Doltó, 1986).

El travesti vive en dos momento, en lo real que grita su cuerpo, y en la feminidad que grita su imaginario. A la hora de transformarse en mujeres, es necesario que su psicología sea la de una mujer. Pero quien no ha sido siempre una mujer, sólo puede transformar su mente para imitarle en forma estereotípica. Pero es imposible acercarse a la “psicología de una mujer” (siendo un hombre), así que también es imposible afirmar o negar que no pueda pensar como una.

Quizá lo más claro sería, teorizar sobre una transformación en una mujer con pene. La única forma de aproximarse a esta realidad es la mirada. Si desde ésta son mujeres, entonces no cabe la pregunta por su género.

Entonces el travestismo es una puesta en escena, una búsqueda de una significancia posible, significancia que se transforma en un juego, donde el Otro la ve como mujer y la castiga por abandonar la poderosa posición de un hombre, para buscar la incomoda postura de la mujer, mujer que para acceder al poder debe transformarse en hombre, ser como Margaret Tacher, que usaba “pantalones” para poder mandar. (Schumacher y Pérez, 1994).

Nosológicamente hablando, no es posible identificar a los hombres que vemos prostituyéndose mientras usan ropas femeninas. Para muchos son travestis, pero según la categoría 302.3 (F65.1) del DSM-IV el “trastorno” solamente se ha descrito en varones heterosexuales. Por ejemplo el criterio A para el diagnóstico del trastorno dice que es necesario que se dé: “...durante un período de al menos 6 meses, fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que implican el acto de transvestirse, en un varón heterosexual”. (Pichot, P; López-Ibor, A; et al. 1995, pág. 544).

Si vemos la categoría 302.xx (trastorno de la identidad sexual) el criterio B, nos habla de la existencia de un “malestar persistente con el propio sexo o sentimiento de inadecuación con su rol (...) o creer que se ha nacido con el sexo equivocado”. (Pichot, P; López-Ibor, A; et al. 1995, pág. 550). Pero estos hombres, no tienen un malestar persistente con su sexo, o piensan que nacieron con el sexo equivocado. La mayoría se siente bien siendo hombres (biológicamente hablando) y están cómodos por haber nacido siéndolo.

Además la existencia de un malestar con su sexo, o con su rol, es desde ya, una forma de patologizar cualquier sentimiento reinvindicador de un sujeto. Es decir que si uno no está de acuerdo con la forma en que los hombres o las mujeres son tratados y tratadas en esta sociedad, cumple con un criterio diagnóstico. El manejo que muchos colegas dan al DSM IV equipara salud mental con discriminación sexual, es como si existiera una personalidad premórbida que dispone a un sujeto a ser travesti, y los datos que demuestren que esto es así no existen.

Todos hemos visto por la prensa como travestis sufren de discriminación en casi todos los ámbitos de la sociedad, llegando a niveles altos de violencia, algunas son asesinadas en plena calle, asaltadas en sus casas, se les niega atención médica, etc. Sin embargo, si experimentan un sentimiento de disconformidad por estas situaciones, son sujetas patológicas, es decir que son las culpables de ser discriminadas. Se culpabiliza a la víctima. (Madrigal y Gallo, 2000).

Tampoco se pueden considerar como transexuales o sujetos transgenéricos, ya que no han tenido acceso a una SRS (Sex Reassigment Surgery) o cirugía de reasignación de sexo. (Madrigal y Gallo, 2000).

Una travesti no es una mujer, actúa como una. Porque el concepto de feminidad se inscribe, como el de masculinidad, en una negación. Fue la muerte de una identidad pantalón-casa y la actuación de una nueva: la ligereza de una enagua-calle. Es el Otro, el que se deja seducir por la travesti; todos hemos escuchado la historia del heterosexual que se “equivoca” y se besa o tiene relaciones sexuales con una travesti. (Madrigal y Gallo, 2000).

Tenemos que el acto sexual no se da en una cama, se da en una mirada que se autoengaña, es un engaño mutuo, esto señala un juego, donde ambas partes se hacen creer que no se es, lo que se es. (Schumacher y Pérez, 1994).

Tristemente en esta sociedad, todos y todas somos obligados a ser actores y actrices y no tenemos el derecho de ser...

Retomemos la pregunta: ¿Qué es un hombre..? la respuesta sólo está en dos posibles lugares, o en un espacio vacío, o dentro de los peligrosos puntos de vista subjetivos de los estereotipos.





















Bibliografía

Chiland, C. (1999). Cambiar de Sexo. Asociación Psicoanalítica de Madrid, España: Biblioteca Nueva.

Doltó, F. (1986). La Imagen Inconsciente del Cuerpo. Barcelona: Paidos.

Goltwald, W; Holtz, G. (1983). Sexualidad: la experiencia humana. México: Editorial Manual Moderno.

Guindin, R. (1987). La Nueva Sexualidad del Varón. Buenos Aires: Paidos.

Giraldo, O. (1988). Explorando las sexualidades humanas: aspectos psicosociales. Varios países: Editorial Trillas.

Lagarde, M. (1997). Identidad de Género y Feminismo. Heredia: Instituto de Estudios de la Mujer.

López, I. (1981). Sexo Prohibido: desviaciones y perversiones. Madrid: Ediciones UVE.

Madrigal, A; Gallo, A. (2000). Imagen de Sí Mismos de Hombres Travestis: Estudio de casos cualitativo sobre la imagen de sí mismos de varios hombres que utilizan ropas femeninas en la ciudad de San José. Tesis para optar al grado de licenciatura en Psicología. Costa Rica: U.C.R.

Morgenthaler, F. (1988). Homosexuality, Heterosexuality and Perversion. U.S.A.: The Analytic Press.

Pichot, P; López-Ibor, A; et al. (1995). DSM IV: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. U.S.A.: Masson, S.A.

Schumacher, M; Pérez, R. (1994). Ensayos sobre el travestismo. En: Inscribir el Psicoanálisis. Año 1, No. 1, enero – junio. San José: ACIEPS.

[1] Este viene del latín trans (cambio) y vesta (ropa) y se refiere a los hombres heterosexuales que experimentan placer sexual con el uso de ropas femeninas

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