sábado, 27 de diciembre de 2008

LA MIRADA COMO DISPOSITIVO PSICOANALÍTICO

“Durante una noche muy activa de la semana pasada, cuando me hallaba presa de ese estado de doloroso malestar que representa la condición óptima para mi actividad cerebral, las barreras se levantaron de pronto, los velos cayeron y mi mirada pudo penetrar de golpe desde los detalles de las neurosis hasta las condiciones mismas de la consciencia”.
Carta de Freud a Fliess No 32.

La presencia del analista es una manifestación del inconciente, es algo mediado por la palabra que se dice en el discurso y por la que se hace presente en la mirada. En este encuentro se forma entonces el tercero analítico, sujeto de la fantasía y lugar cuyos límites no se ven a primera vista, pero que implican que algo diferente se forma en ese acto, algo nace y la mirada es uno de los mediatizadores que validan ese nacimiento. (Vasallo, 2005)

Pero el analista aspira a no mirar, porque mirar es privilegiar un contenido para poder poner la atención sobre él, mirar sería un enemigo de la atención libre.

Es aquí donde se debe diferenciar el ver y el mirar, el primero se refiere al posar los ojos, es meramente el acto fisiológico donde un estímulo lumínico se convierte en impulsos nerviosos que viajan al cerebro, y se traduce en imágenes, es un acto pasivo, y el mirar implica que lo que llegó hasta este cerebro es resignificado desde nuestro aparato psíquico, es un acto activo. (Català, S.A.)

En su modelo óptico de 1954, Lacán va a decir que la posición de un sujeto en el orden simbólico va a depender por la forma en la que lo imaginario se articula con lo real, lo cual va estar representado por la imagen en el ángulo de un espejo plano. Es decir que el sujeto adquiere un lugar en cuanto una mirada lo significa y se traduce en un nudo de lo real, lo simbólico y lo imaginario. (Evans, 1997).

Obviamente no podría darse la mayor asepsia posible( que no deja de tener visos de sueño, pero que también implica aspiración y el respeto por la pureza del concepto de inconciente) si el analista se ocupa de mirar, esto sería el equivalente a decir que mirar produce sordera.

La mirada del analista es el testigo de un inconsciente que se pierde en el discurso, porque por su misma naturaleza, el inconsciente se reconoce en las pérdidas y es precisamente en el sitio de estas pérdidas en donde surge la formación de compromiso que lo llena, que lo hace conocerse, pero al mismo tiempo lo desaparece. Acto visible en especial en la cura posible que define el tratamiento analítico de la psicosis, un analista que sirve como testigo y garante en la articulación del delirio. (Kristeva, 1988; Vasallo, 2005)

Porque el deseo en sus más abyectas formas es algo acotado por la mirada de la sociedad que le pone un límite a sus horribles manifestaciones que convocan los deseos personales. Es una mirada que lo nombra y por lo tanto lo reconoce, le da existencia, no se puede mirar sin opinar, en la mirada hay actores, hay quien ve y quien mira, en el análisis el analista ve, pero no mira, mirar significaría poner a jugar sus conflictos. La mirada no está en el ojo. (Litjamer, S.A.).

Cuando digo que la mirada no esta en el ojo, me refiero a que la mirada, en tanto significado, está en el discurso, y el no ver a un paciente solo traduce en términos reales lo que debería de darse, de la mano de la atención libre. Si la mirada estuviera exclusivamente en el ojo sería suficiente bloquear este órgano, para terminar con la mirada, pero esto no es así. Lo que nos lleva a considerar la mirada como un acto sumamente complejo que no se reduce a la mera conducción del estímulo nervioso.

La mirada del analista adquiere entonces el estatus de esa mirada social que se traduce en vergüenza, que hace que surja la vergüenza ahí donde se espera la asociación libre, vergüenza –mirada es el movimiento que adquiere los visos de la resistencia que limita el discurso analítico. Porque aunque el analista no mira, solo escucha, para el analizado en su fantasía transferencial es la ley en muy diversas formas y por lo tanto una instancia potencialmente censuradora. La mera presencia evoca la mirada, porque evoca la censura. (Litjamer, S.A.).

Este deseo lo es porque existe otro deseo que lo reconoce en la mirada, es donde surge lo abyecto de Kristeva, es un lugar donde mi deseo se reconoce en ese momento particular del análisis. Lo abyecto es lo que se rechaza, lo que remite al asco, a la vergüenza y al rechazo. Y que más asqueroso que nuestros deseos prohibidos, si no lo fueran la represión sería sólo un sueño loco de poetas. (Kristeva, 1988).

El sujeto se define cuando él es voyeur, como dice Lacán “El espectáculo del mundo, en ese sentido, nos aparece como omnivoyeur (…), pero no como exhibicionista, no provoca nuestra mirada. Cuando empieza a provocarla, entonces empieza también nuestra sensación de extrañeza (Lacan, 1964, pág. 83).

Como lo expuso Sartre, citado por Evans, pag. 130: “Mi conexión fundamental con el Otro-como-sujeto tiene que poder remitirse a mi permanente posibilidad de ser visto por el Otro”.

Cuando el paciente en análisis se encuentra con esta mirada que provoca esa extrañeza, esto cristaliza en el rechazo, por eso desde aquí podría encontrarse la validez teórica del sitio que aparta la mirada para evitar que esto alcance cotas inmanejables, es decir el diván. Lacán lo dirá lapidariamente en su expresión “ustedes nunca me miran desde el lugar en que yo los veo” (Lacán, 1964, citado por Evans, 1997). Porque la mirada es precisamente el objeto sobre el que recae la pulsión escópica, lo cual fue expuesto maravillosamente por Freud en su análisis de Leonardo da Vinci, en la que habla de cómo la mirada voyeur, llena de curiosidad sexual, se transforma en la mirada permeada por los lentes del conocimiento científico. Curiosidad sexual en última instancia que se valida desde un nuevo lugar. (Freud, 1910).

“Desde luego, lo que con mayor frecuencia manifiesta una mirada es la convergencia de dos globos oculares en mi dirección. Pero la mirada se dará también cuando haya un murmullo de ramas, el sonido de pasos , seguidos por el silencio, la leve apertura de una persiana o el ligero movimiento de una cortina” (Sartre, citado por Evans, pag. 130)
Es desde este resignificar donde la mirada analítica adquiere más valor, pero también donde nace su peligro. Porque se ve a través del cristal del análisis personal. La mirada está precedida por el imaginario que nos lleva a posar nuestra vista para mirar antes del acto en sí, el mismo discurso analítico antecede la mirada como deseo y como reconocedora de deseos. Porque mirar es escoger el lugar donde se pone la vista, implica un juicio previo. (Català, S.A.)
Así que cuando ponemos algo ante nuestros ojos, digamos un libro, estamos interrumpiendo nuestra visión y pasamos a tener una mirada, porque lo que vemos esta mediado por una visión que nos antecede y nos lleva a permear nuestro acto, en el análisis, el quitar al paciente de nuestra vista equivale entonces a quitar un obstáculo, lo quitamos de nuestra mirada y pasamos a ver desde el inconciente… la llamada atención libre. (Català, S.A.)
La pregunta aquí es si ¿el acto de dejar de mirar para poder ver depende exclusivamente de poner al paciente fuera de la vista del terapeuta? ¿No estaríamos apostando por una dictadura que como todas siempre ha impedido mirar pero nunca ha evitado ver?
Sin embargo, ha quedado demostrado que el ver y el mirar son diferentes y que la palabra tiene también una función escópica, en el momento en el que analizado yace sobre el diván la presencia del analista recae sobre este mediante la palabra, la mirada siempre está presente en un peligroso asedio, depende del analista el mirar o no hacia ese sitio. La mirada y el ver no es algo que dependan en sí de un encuentro cara a cara. La aspiración es ver sin mirar.
La mirada es poderosa, y va mas allá de ver, porque está cargada de significado, basta recordar el poder que tiene la mirada del padre de la joven homosexual cuando la ve pasar junto a la mujer mayor, es precisamente el peso de esta mirada la que la lleva a caer, sie kam nieder (ir para abajo), la poderosa mirada provoca el acto falsario de tener el hijo añorado de su padre. (Freud, 1920).
Freud hace una interesante acotación en su ensayo “Lo Siniestro”, cuando habla del mal de ojo, y expone como precisamente en el mal de ojo lo que se hace es una proyección de la envidia propia en los demás y se piensa que está enviada, la cual viene del otro, se encuentra empoderada en su mirada. (Freud, 1919).
Las imágenes una vez que son percibidas por el yo se convierten en la sustancia del yo, entre el yo y el mundo se extiende una frontera, una dimensión imaginaria en la cual la mirada implica el percibir las cosas desde esta dimensión. (Català, S.A.)
Esto nos lleva a concluir que la mirada no va de la mano con la cercanía de los rostros, imagen que nos lleva a evocar lo erótico, pero que también nos hace pensar en la cama que llama a la sexualidad, y que el interior del consultorio se traduce en un “poderoso diván”.

No veo problema para que este juego entre erotismos, esta unión de inconscientes, desde lo abyecto de la pulsión hasta las maravillosas sublimaciones, se pueda dar frente a frente.

Creo que es obvio que la mirada, es un peso que puede trabajar a favor del analista, la misma vergüenza que produce no es algo que se encuentre en la presencia cara a cara, porque el analista se hace presente en su ausencia y su mismo discurso, sea ese un simple ajá, lo pone a jugar ahí en ese acto y la vergüenza surge no importa en el lugar en el que se encuentren las caras.



























BIBLIOGRAFÍA

Català, J. (S.A). La rebelión de la Mirada: Introducción a una fenomenología de la interfaz. En www.iva.ypf.es/formats/format3/cat_e.htm Accesado el 30 de Noviembre de 2008

Evans, D. (1997). Diccionario Introductorio de Psicoanálisis Lacaniano. Buenos Aires: Editorial Paidós

Freud, S. (1910). Un Recuerdo Infantil de Leonardo Da Vinci. En Obras Completas Versión Electrónica. S.C. Editorial Nueva Helade, 1993

Freud, S. (1919). Lo Siniestro. En Obras Completas Versión Electrónica. S.C. Editorial Nueva Helade, 1993

Freud, S. (1920). Sobre la Psicogénesis de un Caso de Homosexualidad Femenina. En Obras Completas Versión Electrónica. S.C. Editorial Nueva Helade, 1993

Kristeva, J. (1988). Poderes de la Perversión. Buenos Aires: Editorial Siglo XXI

Lacan, J. (1964), El Seminario, Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanalisis, Barcelona: Ediciones Paidós, 1987.

Litjamer, L (S.A) La Mirada Invocada: los cuerpos en el arte de Marcus Harvey y Jake y Dinos Chapman En www.ypsite.net/pdfs/mirada_invocada.pdf Accesado el 30 de Noviembre de 2008

Vasallo, V. (2005). La Práctica del Psicoanálisis en el hospital y el Discurso Contemporaneo. En www.kennedy.edu.ar/Deptos/Psicoanalisis/articulos/hospiydiscurso.pdf Accesado el 30 de Noviembre de 2008

1 comentario:

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